16 feb. 2020
Compartimos a continuación un extracto del primer capítulo del nuevo libro de Suzanne Collins: Balada de pájaros cantores y serpientes. RBA publicará el 3 de junio esta esperada novela en la que la autora nos invita a adentrarnos de nuevo en el universo de Los juegos del hambre. Empieza a leer y descubre quién nos acompañará en este regreso a Panem.
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Es el día de la cosecha para los décimos Juegos del Hambre anuales. En esta escena vemos a un Coriolanus Snow de dieciocho años de edad camino de la Academia, el instituto de élite del Capitolio, donde van a comunicarle en qué consistirá su participación en los Juegos.
La majestuosa escalera que daba entrada a la Academia tenía cabida para todo el alumnado, así que había espacio de sobra para el flujo constante de empleados del Gobierno, profesores y estudiantes que acudían a las festividades del día de la cosecha. Coriolanus la subió despacio, intentando moverse con una dignidad natural, por si alguien lo miraba. La gente lo conocía (o, al menos, habían conocido a sus padres y abuelos), y de los Snow se esperaba un mínimo estándar. Aquel año, empezando por ese mismo día, esperaba lograr también el reconocimiento personal. La mentoría en los Juegos del Hambre era su proyecto final antes de la graduación de la Academia en verano. Una actuación impresionante como mentor, sumada a su estupendo expediente académico, le aseguraría un premio monetario lo bastante cuantioso como para pagar la matrícula universitaria.
Habría veinticuatro tributos, un chico y una chica por cada uno de los doce distritos derrotados, elegidos mediante sorteo para luchar a muerte en la arena de los Juegos del Hambre. Estaba todo recogido en el Tratado de la Traición que había acabado con los Días Oscuros de la rebelión de los distritos, uno de los muchos castigos impuestos a los insurgentes. Como en el pasado, meterían a los tributos en el Estadio del Capitolio, un anfiteatro que se usaba para los deportes y el entretenimiento antes de la guerra, y se les proporcionarían armas con las que asesinarse entre ellos. El Capitolio animaba a sus ciudadanos a ver el espectáculo, pero mucha gente lo evitaba. El reto consistía en convertirlo en un acontecimiento más atractivo.
Con esto en mente, por primera vez se había decidido que los tributos contaran con mentores. Veinticuatro de los mejores alumnos de último curso de la Academia eran los elegidos para el trabajo, aunque todavía se estaban concretando los detalles de lo que eso suponía. Se hablaba de preparar a cada uno de los tributos para una entrevista personal, quizá incluso acicalarlos un poco para las cámaras. Todo el mundo coincidía en que, para que continuaran los Juegos del Hambre, debían evolucionar hasta convertirse en una experiencia significativa, y emparejar a la juventud del Capitolio con los tributos de los distritos intrigaba a los ciudadanos.
Coriolanus cruzó una entrada adornada con pendones negros, recorrió un pasillo abovedado y entró en el cavernoso Salón Heavensbee, desde donde verían la retransmisión de la ceremonia de la cosecha. No llegaba tarde, ni mucho menos, pero el salón ya estaba repleto de profesores y estudiantes, además de unos cuantos encargados de los Juegos cuya presencia no era necesaria para retransmitir el día de la inauguración.
Los avox circulaban entre la multitud con bandejas de posca, un brebaje de vino aguado mezclado con miel y hierbas. Era una versión alcohólica del ácido mejunje del que había dependido el Capitolio durante la guerra y que, supuestamente, protegía de las enfermedades. Coriolanus cogió una copa y se enjuagó un poco la boca con la esperanza de que borrara cualquier rastro del aliento a col. Sin embargo, solo se permitió un trago. La bebida era más fuerte de lo que pensaba la mayoría, y en los años anteriores había visto al alumnado de último curso ponerse en ridículo por ingerir demasiada.
El mundo todavía pensaba que Coriolanus era rico, aunque su única moneda de cambio era el encanto, que procuraba repartir con generosidad mientras se paseaba entre la gente. Los rostros se iluminaban cuando saludaba con simpatía a unos y a otros, preguntando por miembros de la familia y soltando algún que otro cumplido.
—No me quito de la cabeza su clase sobre la represalia de los distritos.
—¡Me encanta tu flequillo!
—¿Cómo fue la operación de espalda de tu madre? Bueno, dile que es mi heroína.
*
El decano Casca Highbottom, el hombre al que se le atribuía la creación de los Juegos del Hambre, supervisaba en persona el programa de mentorías. Se presentó al alumnado con el ímpetu de un sonámbulo, con la mirada perdida, como siempre, dopado de morflina. Su cuerpo, antes esbelto, se había encogido y cubierto de pliegues de piel sobrante. La precisión de su reciente corte de pelo y el traje nuevo no servían más que para poner de relieve su deterioro. Todavía conservaba a duras penas el puesto gracias a la fama obtenida como inventor de los Juegos, pero se rumoreaba que la Junta de la Academia empezaba a perder la paciencia.
—Hola a todos —dijo, arrastrando las palabras mientras agitaba por encima de la cabeza un trozo de papel arrugado—. Voy a leer esto. —Los estudiantes guardaron silencio para intentar oírlo por encima del ruido del salón—. Os leeré un nombre y después a quién le toca, ¿vale? De acuerdo. El chico del Distrito 1 es para… —El decano Highbottom examinó el papel con ojos entornados, intentando enfocarlo—. Mis gafas —masculló—, se me han olvidado. —Todo el mundo se quedó mirando sus gafas, que ya llevaba puestas, y esperó a que sus dedos las encontraran—. Ah, eso es. Livia Cardew.
La carita puntiaguda de Livia se iluminó con una sonrisa antes de alzar un puño al aire, victoriosa, y gritar un estridente «¡Sí!». Tenía tendencia a regodearse. Como si le hubieran asignado aquel tributo tan goloso por sus méritos y no porque su madre dirigía el banco más grande del Capitolio.
La desesperación de Coriolanus aumentaba a medida que el decano Highbottom bajaba a trompicones por la lista y asignaba un mentor al chico y a la chica de cada distrito. Al cabo de diez años, había acabado por establecerse un patrón: los distritos 1 y 2, mejor alimentados y en mejores términos con el Capitolio, producían más vencedores, seguidos de cerca por los tributos del 4 y el 11, los distritos de la pesca y la agricultura. Coriolanus había esperado que le tocara uno del 1 o del 2, pero no fue así, lo que le resultó aún más insultante cuando a Sejanus Plinth le asignaron el chico del Distrito 2. El Distrito 4 pasó sin que se mencionara su nombre, y la última oportunidad de conseguir un posible vencedor (el chico del Distrito 11) se perdió al recibirlo Clemensia Dovecote, hija del secretario de Energía. A diferencia de Livia, Clemensia recibió la buena noticia con tacto, y se echó la larga melena negro cuervo por encima del hombro mientras anotaba meticulosamente el nombre del tributo en su carpeta.
Algo iba mal cuando un Snow que, además, resultaba ser uno de los mejores alumnos de la Academia, no recibía el merecido reconocimiento. Coriolanus empezaba a pensar que se habían olvidado de él (¿acaso pensaban concederle un puesto especial?) cuando, horrorizado, oyó al decano balbucear:
—Y, por último, aunque no por ello menos importante, la chica del Distrito 12… pertenece a Coriolanus Snow.
BALADA DE PÁJAROS CANTORES Y SERPIENTES
*extracto del primer capítulo de Balada de pájaros cantores y serpientes
©Suzanne Collins
A la venta: 3 de junio