18 jul. 2024
“Antiguamente las revoluciones las hacían los hombres. Ahora ya las hacen también las mujeres”, decía Josefina Carabias en un artículo en la revista Crónica en 1934, que leído hoy parece premonitorio. Ni ella misma, sin embargo, podía imaginarse que un par de años después -el 18 de julio de 1936- las mujeres entrarían de lleno en el conflicto bélico que ya se estaba fraguando entre los militares españoles para derrocar la Segunda República.
Y será justo durante la Guerra Civil cuando veamos de forma más clara las diferentes actitudes de las mujeres según su ideología: las republicanas —y en este caso el término engloba a todas aquellas mujeres defensoras en el frente o en la retaguardia del poder democráticamente elegido, ya sean socialistas, comunistas, anarquistas o republicanas— quienes, junto a sus compañeros, se incorporaron de un modo u otro a la lucha; frente a las sublevadas que, en nombre de dios y de la patria, reivindicaron y defendieron la vuelta a los esquemas de madre-esposa.
De hecho, esos treinta y dos meses de guerra civil suponen un período histórico clave para comprobar, no sólo hasta dónde puede llegar el choque entre fascismo y democracia, sino también cómo las transformaciones políticas, legislativas y sociales llevadas a cabo desde la Segunda República española hicieron implicarse de manera distinta a la mujer española dependiendo del bando al que estuvieran adscritas.
Durante todo el conflicto bélico, se produjo un cambio en el trato y en la importancia de la participación de las mujeres que provocó la creación de un discurso propio para, por y de mujeres, y de una imagen distinta a la que hasta ahora se había tenido. Las diferentes fuerzas políticas a favor de la república mantuvieron o ascendieron en sus cargos a líderes como Dolores Ibárruri, Federica Montseny, Matilde de la Torre, Lucía Sánchez Saornil o las jóvenes Teresa Pàmies, Juana Doña o Aurora Arnáiz, dirigentes que crían indispensable la incorporación de la mujer a una guerra en la que, se demostró más tarde, no solo se jugaban las libertades de un pueblo, sino también y de forma más significativa, la situación de la mujer en España. Mientras que desde el bando de los sublevados se trató de atraer a las mujeres a través de voces como Pilar Primo de Rivera o Mercedes Sanz Bachiller, en el terreno político, o Concha Espina y Mercedes Fórmica, en el intelectual, aunque en esta ocasión, rechazando la modernidad republicana, con un enfoque en el que se abogaba por la restitución del papel que había tenido la mujer desde siempre y con escaso contenido ideológico detrás. Y por eso también es muy significativa —casi me atrevería a decir que por deprimente— la forma en que tras la victoria del franquismo se reduce o elimina la participación de las mujeres —ya sea de forma condicionada o voluntaria— en todos los ámbitos de la sociedad en los que había participado de pleno relegándose al ámbito del hogar Y así de radical fue el cambio. La proclamación en Burgos en abril de 1939 de la victoria de los sublevados y con ella el establecimiento de la dictadura será el contrapunto, el encargado de dar al traste con todos los derechos que tantos esfuerzos había costado conseguir a las mujeres. Entonces empezó para las mujeres la larga noche del encierro en las casas y la iglesia.
Carmen Domingo, autora de Con voz y voto. Mujer y política en España 1931- 1939